Henry Spencer Lunes, 28 septiembre 2015

Lo que aprendí de Joanna

Captura Joanna

 

Mi WhatsApp vibró y era Joanna.

“Oye, ¿y vas a venir?”

me preguntó y automáticamente me sentí el más huevón del mundo, porque había olvidado que la invité a tomar un café (yo solo tomo té) para conocernos, conversar, para que me cuente cómo le iba en el programa, mi ex programa, donde hacía las veces de reportera.

Nos habíamos cruzado unos días antes en el ascensor del canal y le había soltado un sincerísimo “deberíamos chambear algo juntos alguna vez”, pero ahora yo quedaba como un plantón, como un botado, al haber olvidado –primera vez que me pasaba, lo juro- un encuentro o reunión.

“Ya no te preocupes” me dijo, “ya igual me estoy yendo”.

Y creo después de eso no conversamos más.

Algunos meses después, interesado en grabar algo con ella y, asumo, para aliviar tensiones, le envié un mensaje privado vía Twitter para invitarla a un episodio de La Habitación.

Su respuesta tan directa me dejó perplejo:

“Sorry. No la hago, Spencer”

,que es lo mismo que “gracias, pero no gracias” o “no estoy interesada” o, peor, “arranca tu carro, causa” (auto que no tengo, por cierto).

No entendía nada. Me parecía una respuesta innecesariamente agresiva, tonta, cagona. Y tal como pasa cuando uno no entiende o momentáneamente no está en la capacidad de entender o está en la capacidad pero sencillamente no quiere entender ni un carajo -debo confesar que en este caso me identifico con todas las anteriores-, apliqué la fórmula mágica que lo resuelve todo: “Esa huevona me llega al pincho”.

Y así viví unos cuantos varios meses, donde no le insistí más para grabar y evité conversarle al cruzarnos en algún evento social.

Hasta que un día, y seguramente porque no encontraban un mejor invitado, la productora del programa de tele que conducía Joanna me invitó al estudio para que me entreviste sobre mi nuevo libro electrónico.

Acepté inmediatamente y fui a grabar el programa y me comporté como un caballero divertido, encantador y, claro, troll. Le reclamé, entre risas, por qué no había aceptado venir a mi programa y ella sacó debajo de la manga alguna excusa bromista. Se dejó trollear con elegancia en televisión nacional, lo que me pareció bacán de su parte.

Luego tocó la (re)invitación de vuelta que finalmente derivó en la grabación de una conversa para #LaHabitacion007.

Estoy fascinado con ese episodio.

No solo es un encuentro divertido, Joanna me trollea todo-el-rato (y yo, claro, se la devuelvo cuando puedo, pero luego qué flojera, que dispare, nomás) y al final de la conversa, justo al final, luego de bromearnos porque en una fiesta a la que ambos acudimos entrevisté a todos, menos a ella -muy mal de mi parte esto, también- Joanna lanzó un ataque de sinceridad que me dejó -literalmente, se ve en el episodio- con la boca abierta.

A veces es más fácil odiar, simplificar las cosas con “esa huevona me llega al pincho (porque creo que yo le llego al pincho)” que darnos cuenta que en los pequeños gestos, en las pequeñas faltas de cariño, chocamos, con roche, con lo que toda persona quiere, necesita, anhela: atención del otro.

Este es uno de mis episodios favoritos de #LaHabitacion007 porque todo el rato se dicen cosas, muchas cosas, a veces (no tan) asolapadas con un remate bromista.

Se lo comento a Joanna por WhatsApp, le agradezco con mucha emoción y no me contesta, o me contesta con monosílabos o al día siguiente ante mi insistencia.

“Me choteas”, le digo.

“¿Te choteo? ¿Quién chotea a quién? ¡Tú me plantaste para tomar un café!”, me responde.

Joanna Boloña en #LaHabitacion007, 063